viernes, 17 de agosto de 2012

Poder y violencia en el posneoliberalismo


“Modernización del Estado”, “desarrollo”, “gobernabilidad”, “estabilización macroeconómica”, “lucha contra el hambre y la pobreza”, “lucha contra la corrupción”, “participación social”, “conservación del ambiente”, “desarrollo sustentable”, “superación de la crisis”… son parte de la variedad discursiva de tronco común, del paraíso prometido que ha utilizado históricamente el neoliberalismo[1] para colocarse como la “alternativa mundo”.

Es decir, hay todo un marco conceptual estratégico que bombardea y construye una “opinión pública” que legitima el proyecto político de una élite burguesa mediante el consenso social.

Estos discursos funcionan en la medida que van acompañados de toda una programación social. Una cierta dosis de violencia o miedo no está de más para convencer a los incrédulos o aniquilarlos para limpiar el espacio de acción de la democracia de mercado.

Por ejemplo, el discurso de la crisis económica ha funcionado como estrategia del miedo, miedo a quedar aislados, miedo a la quiebra… donde la única salida es sujetarse a las recomendaciones del neoliberalismo, que mediante sus lógica inmunitarias separa la economía y la política de sus consecuencias sociales.

En el marco de la crisis, se crea lo que Dávalos denomina “administración de los recursos escasos” mediante dos vías: biopolítica y tanatopolítica. La primera se refiere a una administración política sobre la vida para crear condiciones necesarias y pertinentes  para lograr un consenso sobre el neoliberalismo, y la segunda es una administración de la muerte, es decir, las dosis de violencia como criminalización, saqueo y despojo, que permitan la vigencia del neoliberalismo.

Así, el proyecto capitalista en su versión neoliberal se caracteriza por su gran estrategia de marketing. Discursos de poder, que se generan desde el hegemón, se vuelven acéticos mediante la institucionalización de la reforma estructural que los legitima, tal es el caso del Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), por mencionar algunos.

Es decir, es un sistema que se impone desde arriba y desde una cierta élite al resto del mundo, el cual es excluido del proceso de toma de decisiones, pero es el blanco directo de la barbarie neoliberal.

Pero además, estos “discursos de la verdad” cuentan con el beneplácito de las élites/burguesías locales para aplicar las políticas económicas que rigen el mundo neoliberal, entre ellas: la privatización, la desregulación y el Estado mínimo que garantice las reglas del mercado mundial. Todo esto con sus respetivos traumatismos sociales y de lucha de clases.

La transición de las dictaduras a la democracia en Latinoamérica no fue una simple obra de buena voluntad; la misma era una condición indispensable en la implantación del sistema neoliberal como el sistema mundo, con una economía social de mercado, donde Latinoamérica interpreta el papel de periferia controlada política y económicamente desde el centro.

Así, indica Dávalos que “El neoliberalismo se constituyó en un discurso hegemónico gracias, precisamente, a la trama creada desde sus discursos de poder” (2011, p. 293)

Estos discursos son un entramado complejo interdisciplinario que reúne: dimensiones semióticas, marcos epistemológicos, marcos analíticos, aspectos normativos, propuestas regulatorias y de intervención, objetivos políticos, categorías, leyes científicas, hipótesis de trabajo, axiomas…(2011, p. 294 y p. 297).

En fin, los discursos son como indica Foucault “tácticas y estrategias del poder” (2011, p. 297), son armas (y por tanto, representan y ejercen violencia) y reúnen de manera explícita e implícita un juego de poder hegemónico que resignifica conceptos y posturas, según sus propios intereses materialistas. Además, son minuciosamente diseñados por tanques de pensamiento para lograr objetivos específicos acordes a intereses particulares, que por lo demás gozan de la legitimidad por su posición del “saber” legítimo (científico) que les exime de sus responsabilidades éticas y morales (Dávalos, 2011, p. 299).

Y en este juego del poder y del saber, los pueblos, las comunidades, los sujetos y las sujetas son “masas” a moldear y a programar para cumplir su rol como consumidores del mundo mercado, como “capital humano” (homus economicus) y como “electores adultocéntricos” (democracia disciplinaria neoliberal) que legitiman la farsa democrática necesaria para garantizar el Estado de derecho que respalda al mercado.

Dávalos menciona otros objetivos de los discursos de poder: direccionar, manipular, cooptar, neutralizar, asimilar, bloquear, convencer, disuadir, administrar consensos y disensos. Es decir, los discursos también contemplan una serie de mecanismos de control social (desde la real politik) y disciplinar de las resistencias sociales.

Por tanto, cualquier intento de desestabilización desde la gente “de a pie” será fuertemente contenida mediante distintas estrategias: cooptar, criminalizar, aniquilar…

En conclusión, Dávalos indica “Los discursos del poder logran la consolidación de la hegemonía del neoliberalismo” (2011, p. 299).  Así, para construir otros mundos posibles es necesario deconstruir conceptos, construir desde otros espacios de pensamiento no colonizados por la vorágine capitalista neoliberal.

Este es un reto que señala Dávalos con respecto a las experiencias posneoliberales en Latinoamérica; en países como Bolivia, Brasil, Uruguay, Argentina…

Para el autor, estas formas de gobierno están inscritas dentro del molde estructural y de pensamiento neoliberal y no significan una real ruptura o un arrancar desde la raíz para empezar a sembrar otros proyectos, de otras maneras y con otros y otras.

En palabras de Dávalos “Independientemente de sus retóricas legitimantes, ninguno de esos gobiernos se ha constituido en un obstáculo a la acumulación de capital (…) no representan ninguna salida al capitalismo” (2011, p. 314)

Se critica la manera en cómo el juego electoral democrático de alternancia del poder presidencial es legitimado por los partidos no tradicionales o partidos de izquierda que siguen inscritos en el mismo escenario y con las mismas instituciones heredadas de los sectores neoliberales. Y es que esta crítica de Dávalos cobra aún más relevancia cuando se evidencia el rol central que tiene el juego democrático como dispositivo (según Foucault) para la sobrevivencia del sistema neoliberal.

Para Dávalos, Estado democrático y Mercado utilitarizan al sujeto, uno como elector (legitimador de políticas) y el otro como consumidor.

Es decir, ¿Cómo estos gobiernos pueden considerarse una alternativa distinta al neoliberalismos cuando juegan con sus mismas cartas y en sus mismos tableros?, ¿Cómo pueden ser una alternativa distinta cuando los países siguen jugando el mismo rol de proveedor de materias primas (estados extractivitas) y cerebros en el marco de la división internacional del trabajo,?, ¿Cómo pueden ser una alternativa al neoliberalismo cuando las diversas formas de participación/construcción social deben filtrarse a través de la institucionalidad?

La experiencia de los y los zapatistas en Chiapas México da cuenta de un proceso conciente que desde las estructuras de gobierno a la derecha y a la izquierda en un mundo dominando por la lógica de la acumulación y la especulación, es imposible construir otros mundos posibles.

Referencia: Dávalos, P. (2011) Poder y violencia en el posneoliberalismo. En: La democracia disciplinaria. El proyecto posneoliberal para América Latina. Bogotá: Ediciones desde abajo. Pp. 291-326


[1] Dávalos define el neoliberalismo como “una economía social de mercado autorregulada por el mecanismo automático de los precios en un contexto de un Estado que se constituye en garante y protector de los mecanismos de mercado, vale decir, el Estado social de derecho” (2011, p. 305)

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