“Modernización
del Estado”, “desarrollo”, “gobernabilidad”, “estabilización macroeconómica”,
“lucha contra el hambre y la pobreza”, “lucha contra la corrupción”,
“participación social”, “conservación del ambiente”, “desarrollo sustentable”,
“superación de la crisis”… son parte de la variedad discursiva de tronco común,
del paraíso prometido que ha utilizado históricamente el neoliberalismo[1]
para colocarse como la “alternativa mundo”.
Es
decir, hay todo un marco conceptual estratégico que bombardea y construye una
“opinión pública” que legitima el
proyecto político de una élite burguesa mediante el consenso social.
Estos
discursos funcionan en la medida que van acompañados de toda una programación
social. Una cierta dosis de violencia o miedo no está de más para convencer a
los incrédulos o aniquilarlos para limpiar el espacio de acción de la
democracia de mercado.
Por
ejemplo, el discurso de la crisis económica ha funcionado como estrategia del
miedo, miedo a quedar aislados, miedo a la quiebra… donde la única salida es
sujetarse a las recomendaciones del neoliberalismo, que mediante sus lógica
inmunitarias separa la economía y la política de sus consecuencias sociales.
En el
marco de la crisis, se crea lo que Dávalos denomina “administración de los
recursos escasos” mediante dos vías: biopolítica
y tanatopolítica. La primera se
refiere a una administración política sobre la vida para crear condiciones
necesarias y pertinentes para lograr un
consenso sobre el neoliberalismo, y la segunda es una administración de la
muerte, es decir, las dosis de violencia como criminalización, saqueo y
despojo, que permitan la vigencia del neoliberalismo.
Así,
el proyecto capitalista en su versión neoliberal se caracteriza por su gran
estrategia de marketing. Discursos de poder, que se generan desde el hegemón,
se vuelven acéticos mediante la institucionalización de la reforma estructural
que los legitima, tal es el caso del Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario
Internacional (FMI), por mencionar algunos.
Es
decir, es un sistema que se impone desde arriba y desde una cierta élite al
resto del mundo, el cual es excluido del proceso de toma de decisiones, pero es
el blanco directo de la barbarie neoliberal.
Pero
además, estos “discursos de la verdad”
cuentan con el beneplácito de las élites/burguesías locales para aplicar las
políticas económicas que rigen el mundo neoliberal, entre ellas: la
privatización, la desregulación y el Estado mínimo que garantice las reglas del
mercado mundial. Todo esto con sus respetivos traumatismos sociales y de lucha
de clases.
La
transición de las dictaduras a la democracia en Latinoamérica no fue una simple
obra de buena voluntad; la misma era una condición indispensable en la
implantación del sistema neoliberal como el sistema mundo, con una economía
social de mercado, donde Latinoamérica interpreta el papel de periferia
controlada política y económicamente desde el centro.
Así,
indica Dávalos que “El neoliberalismo se
constituyó en un discurso hegemónico gracias, precisamente, a la trama creada
desde sus discursos de poder” (2011, p. 293)
Estos
discursos son un entramado complejo interdisciplinario que reúne: dimensiones
semióticas, marcos epistemológicos, marcos analíticos, aspectos normativos,
propuestas regulatorias y de intervención, objetivos políticos, categorías,
leyes científicas, hipótesis de trabajo, axiomas…(2011, p. 294 y p. 297).
En
fin, los discursos son como indica Foucault “tácticas y estrategias del poder” (2011, p. 297), son armas (y por
tanto, representan y ejercen violencia) y reúnen de manera explícita e
implícita un juego de poder hegemónico
que resignifica conceptos y posturas, según sus propios intereses
materialistas. Además, son minuciosamente diseñados por tanques de pensamiento
para lograr objetivos específicos acordes a intereses particulares, que por lo
demás gozan de la legitimidad por su posición del “saber” legítimo (científico)
que les exime de sus responsabilidades éticas y morales (Dávalos, 2011, p.
299).
Y en
este juego del poder y del saber, los pueblos, las comunidades, los sujetos y
las sujetas son “masas” a moldear y a programar para cumplir su rol como
consumidores del mundo mercado, como “capital humano” (homus economicus) y como “electores adultocéntricos” (democracia disciplinaria neoliberal) que
legitiman la farsa democrática necesaria para garantizar el Estado de derecho
que respalda al mercado.
Dávalos
menciona otros objetivos de los discursos de poder: direccionar, manipular,
cooptar, neutralizar, asimilar, bloquear, convencer, disuadir, administrar
consensos y disensos. Es decir, los discursos también contemplan una serie de
mecanismos de control social (desde la real politik) y disciplinar de las
resistencias sociales.
Por
tanto, cualquier intento de desestabilización desde la gente “de a pie” será
fuertemente contenida mediante distintas estrategias: cooptar, criminalizar,
aniquilar…
En
conclusión, Dávalos indica “Los discursos
del poder logran la consolidación de la hegemonía del neoliberalismo”
(2011, p. 299). Así, para construir
otros mundos posibles es necesario deconstruir conceptos, construir desde otros
espacios de pensamiento no colonizados por la vorágine capitalista neoliberal.
Este
es un reto que señala Dávalos con respecto a las experiencias posneoliberales
en Latinoamérica; en países como Bolivia, Brasil, Uruguay, Argentina…
Para
el autor, estas formas de gobierno están inscritas dentro del molde estructural
y de pensamiento neoliberal y no significan una real ruptura o un arrancar
desde la raíz para empezar a sembrar otros proyectos, de otras maneras y con
otros y otras.
En
palabras de Dávalos “Independientemente
de sus retóricas legitimantes, ninguno de esos gobiernos se ha constituido en
un obstáculo a la acumulación de capital (…) no representan ninguna salida al
capitalismo” (2011, p. 314)
Se
critica la manera en cómo el juego electoral democrático de alternancia del
poder presidencial es legitimado por los partidos no tradicionales o partidos
de izquierda que siguen inscritos en el mismo escenario y con las mismas
instituciones heredadas de los sectores neoliberales. Y es que esta crítica de
Dávalos cobra aún más relevancia cuando se evidencia el rol central que tiene
el juego democrático como dispositivo (según Foucault) para la sobrevivencia
del sistema neoliberal.
Para
Dávalos, Estado democrático y Mercado utilitarizan al sujeto, uno como elector
(legitimador de políticas) y el otro como consumidor.
Es
decir, ¿Cómo estos gobiernos pueden considerarse una alternativa distinta al
neoliberalismos cuando juegan con sus mismas cartas y en sus mismos tableros?,
¿Cómo pueden ser una alternativa distinta cuando los países siguen jugando el
mismo rol de proveedor de materias primas (estados extractivitas) y cerebros en
el marco de la división internacional del trabajo,?, ¿Cómo pueden ser una
alternativa al neoliberalismo cuando las diversas formas de
participación/construcción social deben filtrarse a través de la
institucionalidad?
La
experiencia de los y los zapatistas en Chiapas México da cuenta de un proceso
conciente que desde las estructuras de gobierno a la derecha y a la izquierda
en un mundo dominando por la lógica de la acumulación y la especulación, es
imposible construir otros mundos posibles.
Referencia:
Dávalos, P. (2011) Poder y violencia en el posneoliberalismo. En: La democracia
disciplinaria. El proyecto posneoliberal para América Latina. Bogotá: Ediciones
desde abajo. Pp. 291-326
[1]
Dávalos define el neoliberalismo como “una economía social de mercado
autorregulada por el mecanismo automático de los precios en un contexto de un
Estado que se constituye en garante y protector de los mecanismos de mercado,
vale decir, el Estado social de derecho” (2011, p. 305)
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