Para la empresa multinacional estadounidense Monsanto la vida es un
negocio.
A lo largo del audiovisual “La vida según Monsanto” la
documentalista Marie-Monique Robin expone la telaraña que se teje entre las
ambiciones de la ciencia, la acumulación capitalista de las empresas, la
permisividad e intereses de las autoridades de gobierno en los agronegocios, el
engaño a la opinión pública por parte de los medios de comunicación y los
gobiernos y la ausencia de justicia penal para los victimarios.
Productos de la industria química como el Roundup, los PCB’s, la
hormona de crecimiento bovino, la dioxina, el insecticida DT, el bolgar y el
algodón DT, entre otros responden a una lógica compatible con el pensamiento
occidental antropocéntrico (el hombre dominando la naturaleza) y los procesos
de acumulación capitalista encabezado por los Estados Unidos.
Hacer de la tierra una gran empresa y de sus frutos grandes negocios
es un objetivo que logra articular el trabajo de la ciencia y la política. A
esto se suman: (1) la maquinaria mediática para extender en el imaginario
social la necesidad de consumir estos productos bajo la lógica de acumulación
capitalista de “ahorrar tiempo y dinero” y así obtener las mejores ganancias y
(2) las políticas públicas que ajustan las legislaciones nacionales para
permitir la rápida y desregulada circulación de mercancías de alto peligro para
la salud y el ambiente, tal como ocurrió con la Food and Drug Administration
(FDA).
Además, ocurren varios fenómenos importantes de analizar y traerlos
a la cotidianidad. Uno de ellos es el uso del discurso ambiental como
estrategia de mercado, por ejemplo, el
Roundup fue ofrecido mediante mecanismos de publicidad engañosa como
biodegradable y amigable con el ambiente, ocultando así la real toxicidad del
mismo.
De esta manera se hacen presente una serie de conceptos hegemónicos
y políticamente correctos que se usan como “caretas” para ocultar la realidad
de lo que la publicidad y las empresas ofrecen.
Otra consideración tiene que ver con cómo empresas y políticos
actúan a unísono y además de manera estratégica pasan funcionarios de la
empresa privada a puestos de gobierno (“puertas giratorias” y conflicto de
intereses). La sociedad en general se encuentra desprotegida, por ejemplo, la
contaminación por PCB’s (cancerígenos) en Aniston fue un tema que el gobierno
estadounidense le ocultó a la población.
Descaradamente, el gobierno estadounidense apoyó a Monsanto y no
hubo justicia penal. Sin embargo, se habla del pago de indemnizaciones a los
afectados, lo cual es sumamente perverso por intentar ponerle precio a la vida
y a la salud. Surge la pregunta ¿Qué porción de las grandes ganancias de esta
empresa se dedicó a las indemnizaciones? Posiblemente una mínima parte.
El documental también expone el poder prácticamente incuestionable que tienen ciertos
especialistas e instituciones para imponer ciertas verdades. Es prácticamente
la teoría de Joseph Goebbels una mentira repetida miles de veces se convierte
en verdad.
En el caso de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM o
transgénicos), la FDA se negó a crear una categoría específica de regulación y
se escudan en el “principio de equivalencia sustancial”; pese a no existir un
consenso en la comunidad científica. Esto permite también extender sus mercados
y aumentar la rentabilidad de las industrias.
A esto se suma, las políticas de no etiquetado de productos
transgénicos; es decir se da un ocultamiento de información al consumidor para
proteger los intereses comerciales de empresas específicas y se asalta el
derecho del comprador a escoger qué quiere y qué no quiere comprar.
Pero la gravedad de esta manipulación empresarial de la vida estriba
en que hay límites naturales que la ciencia no puede controlar, por más que se
quiera ubicar a la misma como el dios todopoderoso de la modernidad.
Y se trata de la cruza natural de genes. En México, como lo expone
el documental, el maíz criollo fue contaminado por maíz transgénico de
Monsanto, no fue una elección de los campesinos y las campesinas.
Adicionalmente, esta empresa estadounidense crea una “policía de los genes”
para controlar el uso de sus semillas patentadas en los campos.
Es decir, además de poner en riesgo las semillas originarias también
cobran derechos por la invasión de su semilla en los terrenos campesinos y por
la destrucción de vínculos comunitarios agrícolas por el miedo que su empresa
ha generado.
No son aislados los casos de campesinos que presionados por la
agricultura transgénica terminan suicidándose porque ya no pueden pagar las
deudas en las que incurrieron para comprar las semillas transgénicas y sus
paquetes tecnológicos que pueden utilizar tan solo en una cosecha.
También se debe considerar el tema de la transformación del campo,
ya no como un espacio para cosechar el sustento diario y sano para vida; sino
como zonas para la producción de agrocombustible, que en lugar de satisfacer el
hambre de miles de personas en el mundo, alimenta las máquinas del mundo
moderno.
Esto me hace pensar en lo expuesto por Susan George en el Informe
Lugano sobre el control de la población. Parece ser una dinámica sumamente perversa, donde se
fuerza la transformación de los vínculos del campesinado con la tierra (aunque
se debe considerar que si hay un sector pequeño que lucra enormemente con estos
negocios), se les enferma con el uso de agroquímicos en el campo, se enferma a
los consumidores… Es decir, prácticamente estas empresas están lucrando con
cada una de las etapas del proceso de producción y consumo de alimentos que nos
terminarán enfermando (con esto lucra la industria farmacéutica) y llevando a
la muerte.
Adicionalmente vemos como los científicos o los funcionarios que
cuestionan este accionar son rápidamente removidos de sus puestos. Ahora
aparecen en el documental de Marie-Monique Robin como informantes clave.
Referencias:
Marie-Monique Robin (2008). La
vida según Monsanto. Recuperado el 07 de agosto de 2012 de http://www.youtube.com/watch?v=LdIkq6ecQGw&feature=player_embedded
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