Luna y el mundo que nunca conoció
Afuera, la lluvia radioactiva caía
constantemente sobre la ciudad interminable. Era hora de dormir, y le
contaba un cuento a mi pequeña hija, el arrullo necesario de todas las noches
para que pudiera conciliar el sueño. El vidrio temporalizado de la
ventana de su dormitorio opacaba la iluminación constante y atormentadora de la
ciudad, y neutralizaba, no muy adecuadamente, el ruido infernal del exterior.
Mi hija había cumplido cuatro años hace
unos días y contra la voluntad de su abuela -mi madre- por fin le adapté el
traje háptico junto con su casquito virtual. Ya no aguantaba más tener
que seguir diciéndole que lo que veía y sentía en el mundo afuera era solo una
pesadilla y que realmente había un mundo bello en donde podíamos vivir aquí mismo,
juntas las tres, ella, mi madre y yo.
Su abuela se oponía a que hipotecara mi
genoma y los próximos veinte años de mi potencial reproductivo y bioinformático
para conseguir el traje y casco. Pero Luna era ya prácticamente la única
en la guardería que andaba desharmonizada. No podía seguir viéndola en
ese estado. Mi madre se niega a harmonizarse, pues dice que está muy
vieja para ver y sentir el mundo mediatizado por "las tecnologías del
sistema que destruyó su mundo", dice ella. Pero la veo sufrir, y si
yo pudiera, hipotecaría el restante de mi valor biológico para conseguirle el
traje háptico a ella también. Pero no puedo. Ya entregué lo que
tenía y no me queda más. Además la abuela no me perdonaría de todos
modos. Allí está ella ahora llorando por lo que ha llegado a ser el mundo
de su hija y nieta. "Vos fuiste concebida el 21 de diciembre del
2012", siempre me ha dicho, "el último día del viejo mundo, del mundo
hermoso, del mundo que tratan de reproducir en eso trajes y cascos"
Por eso ella dice que yo todavía soy
del viejo mundo, y por eso me toca luchar por no rendirme ante la mentira de la
harmonización. Paro ya estoy cansada, y ahora que tengo una hija, debo
hacer lo que tengo que hacer. Esta noche, por primera vez, la oí reírse en sus
sueños. Tenía puesto el casco y su trajecito. Luna por fin vio cómo es el
mundo harmonizado, cómo es el mundo que abuelita conoció, el mundo en el cual
tuve mi primer instante de vida, antes de que todo cambiara....
Luna al día siguiente despertó con una
gran sonrisa en su rostro, maravillada por la cantidad de cosas nuevas que pudo
conocer gracias a su nuevo traje. Por muchos días no hubo forma de quitarle el
traje y mucho menos su casco, cada segundo que transcurría harmonizada conocía una
realidad hermosa que nunca antes había visto y ella de eso no quería perderse
de ningún segundo. La abuela no me dirigió la palabra por todos esos días
también, no podía creer que yo había dejado que su nieta viviera en esa
mentira.
Poco a poco el cuarto de mi hija empezó
a llenarse de dibujos llenos de colores y que plasmaban fragmentos de esa nueva
realidad con la que estaba obsesionada. Un día Luna venía llegando de la
guardería, corriendo entró con la intensión de pegar el dibujo del día en
alguno de los pocos espacios libres que quedaban en las paredes de su
habitación, en el pasillo antes de su cuarto se encontró a su abuela y
aprovechó para tomarla rápidamente del brazo y llevarla a pegar su nueva obra
de arte. Mi madre entró al cuarto y quedó sin palabras, sus ojos empezaron a
llenarse de lágrimas y Luna muy asustada se quitó -por fin-el casco la miró a
los ojos y le dijo “Abuela, ¿Qué pasó?
¿Por qué lloras? ¿No te gustan mis
dibujos?” Y ella le respondió “Nooo Luna, están lindísimos, simplemente me
traen muchos recuerdos…el mundo en el que yo nací era igual al de tus dibujos,
lleno de colores y de cosas hermosas.
Luna muy confundida no lograba entender
a qué se refería su abuela, ¿Cómo el mundo en que ella nació? Acaso que ella y
su abuela habían nacido en mundos diferentes. Mi madre notando su cara de
asombro y preocupación, la sentó en sus regazos y le dijo: “Tu y yo nacimos en el
mismo planeta pero en realidades muy diferentes…yo nací en un mundo
parecido al que ves cuando te pones ese bendito casco”
Yo
las escuché a la distancia pero decidí quedarme en el cuarto de al lado y
dejarlas solas. Había llegado el momento al que yo tanto temor le tenía, el día
en que Luna descubriría el mundo en el que su abuela nació y vivió la mayor
parte de su vida. Mi madre empezó a contarle como antes el planeta Tierra era
un lugar lleno de vida, con animales de todo tipo y plantas de todos los
colores que ella podía imaginar. Le contaba como antes existían ríos de agua
limpia que llegaban a los lugares más lejanos y que podíamos consumir sin
ninguna preocupación.
Mientras
escuchaba las historias que muchas veces mi madre de niña me había también
contado, empecé a recordar varios de los momentos más valiosos de mí vida,
recordaba como antes podía ir a la escuela en bicicleta y no era necesario usar
trajes harmonizadores. También como podía jugar en la lluvia sin temer que mi
piel pudiera enfermarse y en donde único peligro que existía era que mi madre
me regañara por entrar mojada a la casa. Recordad además como mi época favorita
del año siempre fue el verano, porque los días eran simplemente perfectos y en
las noches claras sentía que podía tocar las estrellas.
Recordando
todos esos detalles que alguna vez no tuvieron importancia porque habían sido
parte de la realidad por mucho tiempo, en mí se encontraban muchos sentimientos…en
el mundo que mi hija conocía no existían ninguna de esas cosas, lo único que
ella había conocido desde su nacimiento era la ciudad gris en la que fuimos
forzados a ocupar luego del ataque nuclear. Por más que intentaron convencernos
de que todo sería igual y que no existía ningún peligro más que el de resistirse,
la vida dejó ser vida y se convirtió en una combinación de aire acondicionado,
luz artificial y una realidad virtual, supuestamente “harmonizada”.
Luna
había permanecido en silencio, fascinada con todos los detalles de las
historias de su abuela, simplemente no le salían las palabras ente tanto
asombro, sus ojos poco a poco fueron llenándose de una luz que nunca antes le
había visto, sentí la misma satisfacción de cuando la vi sonreír el día que
estrenó su traje y casco. Sin embargo ese día en mí hija y en mí madre algo
cambió. Luna al día siguiente no quiso llevar más su harmonizador para la
escuela y menos usarlo en la casa y mi mamá empezó a dejar atrás su enojo y
constante frustración por todo lo perdido. Creo que de alguna forma mi mamá
veía esperanza en los dibujos que Luna continuó haciendo ahora inspirada en las
historias de su abuela y mi hija encontró motivación en ese mundo que nunca
conoció.
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