lunes, 27 de agosto de 2012


Luna y el mundo que nunca conoció

Afuera, la lluvia radioactiva caía constantemente sobre la ciudad interminable.  Era hora de dormir, y le contaba un cuento a mi pequeña hija, el arrullo necesario de todas las noches para que pudiera conciliar el sueño.  El vidrio temporalizado de la ventana de su dormitorio opacaba la iluminación constante y atormentadora de la ciudad, y neutralizaba, no muy adecuadamente, el ruido infernal del exterior.

Mi hija había cumplido cuatro años hace unos días y contra la voluntad de su abuela -mi madre- por fin le adapté el traje háptico junto con su casquito virtual.  Ya no aguantaba más tener que seguir diciéndole que lo que veía y sentía en el mundo afuera era solo una pesadilla y que realmente había un mundo bello en donde podíamos vivir aquí mismo, juntas las tres, ella, mi madre y yo.  

Su abuela se oponía a que hipotecara mi genoma y los próximos veinte años de mi potencial reproductivo y bioinformático para conseguir el traje y casco.  Pero Luna era ya prácticamente la única en la guardería que andaba desharmonizada.  No podía seguir viéndola en ese estado.  Mi madre se niega a harmonizarse, pues dice que está muy vieja para ver y sentir el mundo mediatizado por "las tecnologías del sistema que destruyó su mundo", dice ella.  Pero la veo sufrir, y si yo pudiera, hipotecaría el restante de mi valor biológico para conseguirle el traje háptico a ella también.  Pero no puedo.  Ya entregué lo que tenía y no me queda más.  Además la abuela no me perdonaría de todos modos.  Allí está ella ahora llorando por lo que ha llegado a ser el mundo de su hija y nieta. "Vos fuiste concebida el 21 de diciembre del 2012", siempre me ha dicho, "el último día del viejo mundo, del mundo hermoso, del mundo que tratan de reproducir en eso trajes y cascos"

Por eso ella dice que yo todavía soy del viejo mundo, y por eso me toca luchar por no rendirme ante la mentira de la harmonización.  Paro ya estoy cansada, y ahora que tengo una hija, debo hacer lo que tengo que hacer. Esta noche, por primera vez, la oí reírse en sus sueños. Tenía puesto el casco y su trajecito.  Luna por fin vio cómo es el mundo harmonizado, cómo es el mundo que abuelita conoció, el mundo en el cual tuve mi primer instante de vida, antes de que todo cambiara....

Luna al día siguiente despertó con una gran sonrisa en su rostro, maravillada por la cantidad de cosas nuevas que pudo conocer gracias a su nuevo traje. Por muchos días no hubo forma de quitarle el traje y mucho menos su casco, cada segundo que transcurría harmonizada conocía una realidad hermosa que nunca antes había visto y ella de eso no quería perderse de ningún segundo. La abuela no me dirigió la palabra por todos esos días también, no podía creer que yo había dejado que su nieta viviera en esa mentira.

Poco a poco el cuarto de mi hija empezó a llenarse de dibujos llenos de colores y que plasmaban fragmentos de esa nueva realidad con la que estaba obsesionada. Un día Luna venía llegando de la guardería, corriendo entró con la intensión de pegar el dibujo del día en alguno de los pocos espacios libres que quedaban en las paredes de su habitación, en el pasillo antes de su cuarto se encontró a su abuela y aprovechó para tomarla rápidamente del brazo y llevarla a pegar su nueva obra de arte. Mi madre entró al cuarto y quedó sin palabras, sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas y Luna muy asustada se quitó -por fin-el casco la miró a los ojos y le dijo “Abuela, ¿Qué pasó?
¿Por qué lloras? ¿No te gustan mis dibujos?” Y ella le respondió “Nooo Luna, están lindísimos, simplemente me traen muchos recuerdos…el mundo en el que yo nací era igual al de tus dibujos, lleno de colores y de cosas hermosas.

Luna muy confundida no lograba entender a qué se refería su abuela, ¿Cómo el mundo en que ella nació? Acaso que ella y su abuela habían nacido en mundos diferentes. Mi madre notando su cara de asombro y preocupación, la sentó en sus regazos y le dijo: “Tu y yo nacimos en el mismo planeta pero en realidades muy diferentes…yo nací en un mundo parecido al que ves cuando te pones ese bendito casco”

Yo las escuché a la distancia pero decidí quedarme en el cuarto de al lado y dejarlas solas. Había llegado el momento al que yo tanto temor le tenía, el día en que Luna descubriría el mundo en el que su abuela nació y vivió la mayor parte de su vida. Mi madre empezó a contarle como antes el planeta Tierra era un lugar lleno de vida, con animales de todo tipo y plantas de todos los colores que ella podía imaginar. Le contaba como antes existían ríos de agua limpia que llegaban a los lugares más lejanos y que podíamos consumir sin ninguna preocupación.

Mientras escuchaba las historias que muchas veces mi madre de niña me había también contado, empecé a recordar varios de los momentos más valiosos de mí vida, recordaba como antes podía ir a la escuela en bicicleta y no era necesario usar trajes harmonizadores. También como podía jugar en la lluvia sin temer que mi piel pudiera enfermarse y en donde único peligro que existía era que mi madre me regañara por entrar mojada a la casa. Recordad además como mi época favorita del año siempre fue el verano, porque los días eran simplemente perfectos y en las noches claras sentía que podía tocar las estrellas.

Recordando todos esos detalles que alguna vez no tuvieron importancia porque habían sido parte de la realidad por mucho tiempo, en mí se encontraban muchos sentimientos…en el mundo que mi hija conocía no existían ninguna de esas cosas, lo único que ella había conocido desde su nacimiento era la ciudad gris en la que fuimos forzados a ocupar luego del ataque nuclear. Por más que intentaron convencernos de que todo sería igual y que no existía ningún peligro más que el de resistirse, la vida dejó ser vida y se convirtió en una combinación de aire acondicionado, luz artificial y una realidad virtual, supuestamente “harmonizada”.  

Luna había permanecido en silencio, fascinada con todos los detalles de las historias de su abuela, simplemente no le salían las palabras ente tanto asombro, sus ojos poco a poco fueron llenándose de una luz que nunca antes le había visto, sentí la misma satisfacción de cuando la vi sonreír el día que estrenó su traje y casco. Sin embargo ese día en mí hija y en mí madre algo cambió. Luna al día siguiente no quiso llevar más su harmonizador para la escuela y menos usarlo en la casa y mi mamá empezó a dejar atrás su enojo y constante frustración por todo lo perdido. Creo que de alguna forma mi mamá veía esperanza en los dibujos que Luna continuó haciendo ahora inspirada en las historias de su abuela y mi hija encontró motivación en ese mundo que nunca conoció.

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