Los Torturados de Oswaldo Guayasamín |
-“Llueve”, pensó.
-“Recuerdo las tardes de niñez en las que se podía salir a
jugar bajo la lluvia. Aún perviven algunas imágenes de entonces, el brincar en
los charcos; lanzar barcos de papel por los ríos artificiales que se formaban cerca
de casa…”
En ese preciso instante, una descarga de 50.000 voltios, lo
hizo despertar.
-“despierta bella durmiente”, le susurraron al oído
izquierdo. -“aún no hemos terminado contigo”, continuó.
-“¿dónde estoy?”. Preguntó alterado.
-“Cerca de Macondo”. Comentó uno de los presentes, entre
risas, mientras volvía a activar el cinturón de constricción, que generaba las
descargas eléctricas. Al instante perdió
todo su control muscular, al punto de deyectarse sobre sí mismo.
-“¡Doctor, este malnacido se cagó en los pantalones!”. Gritó
alguien, mientras otros 2 oficiales reían.
-“¿qué hago aquí?¿dónde estoy?”, preguntó entre murmullos.
- “Eso es irrelevante”. Respondió un sujeto que se
aproximaba a él. Era el médico quien comenzó a revisar su estado de salud.
–“¿en qué pensabas?”. Preguntó el médico.
- “No sé nada, señor”. Sostuvo con su voz quebrada. –“No sé
por qué estoy aquí, ni por qué me hacen esto”.
- “Ya te lo dije, es irrelevante”- sostuvo el médico. –
“dime, ¿en qué pensabas?
- “No sé nada, ¿qué hago aquí?”. Gritó desesperado.
Ante su resistencia a hablar, el médico decide suministrarle
una dosis de pentotal sódico para deprimir las funciones corticales superiores.
“¡Ahora sí vas a hablar, desgraciado!”. exclamó el médico.
Tras unos instantes, el suero surtió efecto.
-“¿En qué pensabas?” Insistió el médico.
-“En mi niñez, en aquellos viejos tiempos en los que podía
jugar bajo la lluvia”. Murmuró. “Desearía volver a jugar bajo la lluvia”.
Concluyó.
Todos en la habitación, 3 oficiales y el médico, echaron a
reír. –“Eso es imposible”, sostuvo el médico al recobrar la serenidad. –“¿No
recuerdas lo que sucedió?”
-“¿cómo no va a recordar lo que sucedió con Irán?”. Sostuvo
uno de los oficiales.
Ante estas palabras, recordó lo que había sucedido años
atrás, la guerra contra Irán nos condujo a un tremendo invierno nuclear. Desde
entonces todo había cambiado. La clásica configuración del orden internacional
había desaparecido. Ya no existían como tal los Estado-Nación que surgieron de
la paz de Westfalia en 1648. En su lugar se había instaurado un gobierno global
con un fuerte sentido totalitario. Fue la medida adoptada por los líderes
mundiales para hacer frente al colapso mundial. A esta medida la llamaron la
“gestión planetaria” y de ella se justificó no sólo la reconfiguración política
mundial, sino también el exterminio sistemático de millones de personas. Las
reservas estratégicas del petróleo hacía 10 años que habían mermado, y con
ello, la guerra fue el mecanismo para satisfacer la dependencia estratégica de
las potencias de entonces. La confrontación nuclear estalló y alteró el clima
del planeta. La lluvia devino ácida y estar bajo ella era la muerte segura. El
humo y el hollín que generó una tremenda nube que impidió que los rayos del sol
llegaran a la superficie de la Tierra. El planeta se enfrío, alterándolo todo.
Grandes plantaciones perecieron y el alimento se convirtió en uno de los temas
clave para comprender los conflictos armados. Millones de personas murieron
debido a que las políticas de entonces, lo que llamaban neoliberalismo,
destruyó la soberanía alimentaria de los países que siguieron esas políticas al
pie de la letra.
La guerra se tornó total, y estalló en todas partes. Todos
pasamos a ser enemigos potenciales. Líderes opositores, académicos,
sindicalistas, estudiantes, y cuanta persona se manifestaba eran catalogados
como enemigos públicos, y uno a uno comenzaron a desaparecer. Muchos huimos y
nos refugiamos lejos de las ciudades, apenas sobrevivíamos. Estábamos
completamente incomunicados, pues los gestores del planeta los perseguían. La
distinción política específica de amigo/enemigo se reinterpretó en la dicotomía
dormidos/despiertos, siendo los últimos la pesadilla de los primeros. Fuimos
criminalizados, abandonados, y deshumanizados. Se nos declaró una guerra sin
cuartel. Y sin embargo no importaba que tan dormido o despierto estuvieras, de
igual forma todos morían…
Todo esto vino a su mente al escuchar las conversaciones de
sus torturadores.
-“lo recordaste todo, ¿verdad?”. Sostuvo el médico, quien lo
miraba detenidamente. –“ya ves porqué es imposible el jugar bajo la lluvia”.
-“Esos tiempos nunca llegarán”. Concluyó.
Al oír esto, una profunda angustia lo embargó. Tirado en el
suelo, con un cuerpo completamente demacrado, con visibles heridas producto de
las torturas. Había permanecido hacía una semana en esa habitación. Sucio,
embarrado de su propia mierda, como resultado de las constantes descargas
eléctricas que le propinaban los
oficiales y el médico, encargados de torturarlo.
-“¿Por qué estoy aquí?”. –“¿por qué me hacen esto a mí?”.
Gritaba desesperadamente.
Se revolcaba violentamente en el piso, gritando, llorando.
Trataba de liberarse, pero todo parecía inútil.
-“Oficial, hágale cariñitos”. Ordenó el médico a uno de los
oficiales presentes en la habitación, quien no titubeó para presionar el botón
del control remoto que activaba las descargas eléctricas del cinturón de
constricción. Automáticamente cayó inconsciente.
Pronto, comenzó a soñar. Estaba en aquél lejano lugar en el
que vivía antes de ser capturado. Ahí estaban todos, sentados muy cómodamente
en esa pequeña sala. Bebían vino, y mientras cantaban y reían, un puro
circulaba comunitariamente entre todos. Él los veía desde la puerta. Nunca
había sido tan feliz. Mientras estos sueños poblaban su mente, una sonrisa se
dibujaba en su rostro. Aún permanecía tirado en el suelo. Inconsciente.
-“No les parece absurdo”, dijo el médico a los oficiales
presentes, “que esta gente que se atrevió a despertar esté ahora durmiendo muy
cómodamente frente a nosotros, sonriendo
y babeando”.
Al escuchar estas palabras del médico, uno de los oficiales
se acercó, se bajó el zipper de su pantalón, se sacó el pene y comenzó a
orinarlo en su cara. –“anda, despierta, eso es lo que querías maldito. Vamos,
no seas cobarde, despierta. No te gusta el mundo que construimos para ti, y por
eso decidiste despertar, entonces mantente despierto”. Le decía el oficial
mientras lo orinaba.
Ya despierto, aunque aún aturdido por las descargas y las
drogas que le suministraban para destrozar su conciencia, fue sentado sobre sus
propias piernas, cruzadas.
-“¿En qué pensabas cuando estabas inconsciente?”. Preguntó
el médico.
- “En mis hermanos y hermanas”, dijo, aún bajo los efectos
del pentotal sódico. “Estábamos reunidos, compartiendo juntos. Alegres”.
- “¿Y qué sabes de ellos?”. Preguntó el médico.
-“nada. No sé nada de ellos ni de ellas”. Dijo. “Y si lo
supiera no se los diría”.
-“No importa”, dijo el médico. “que delates su ubicación o
no, no es relevante para nosotros. La ubicación de cómplices rebeldes era relevante
en tiempos en los que esa información se obtenía de este tipo de
interrogatorios. En la actualidad la tecnología nos permite no sólo conocer de
antemano los contactos y “círculos de amigos” de todos y cada uno de los
habitantes, sino también ubicarlos, no importa dónde se escondan. Nuestros
satélites monitorean no sólo la superficie sino también capas profundas, en
caso de que haya construido bunkers. Tenemos cámaras de vigilancia en todas
partes. Interceptamos todos los medios de comunicación. Sabemos todo lo que
sucede, todo lo que dicen, todos sus planes. Además, ya no necesitamos invertir
grandes sumas de dinero en expediciones militares costosas. Ahora los
exterminamos, uno por uno, gracias a nuestros drones. Así hemos eliminado a
toda oposición. Tenemos garantizada la vía libre para alcanzar el progreso de
la humanidad”.
- “¿Cuál progreso de la humanidad si la han exterminado?”
murmuró.
-“No hemos exterminado a nadie. Todo lo hemos hecho según lo
establecido. Somos garantes de los Derechos Humanos”. Exclamó uno de los
oficiales.
-“Tenemos el beneplácito de la iglesia católica. Es mandato
divino”. Dijo otro de los oficiales señalando hacia una pared en la que
colgaban un crucifijo y una foto del papa.
-“Ya ves”, dijo el médico, “no estamos exterminando a nadie,
estamos salvando a la humanidad. La
estamos curando de trastornos mentales como la crítica. Acabamos con el
pensamiento terrorista. ¿Acaso no has visto, lo feliz que es ahora la gente?
- “Cómo van a ser verdaderamente felices, si duermen. Si se
encuentran en un estado de obnubilación provocada para que no despierten, para
que no se liberen y acaben con ustedes”. Dijo con las pocas fuerzas que tenía.
“Nos controlan porque nos temen. Les aterroriza la posibilidad de que tarde o
temprano, las personas se cansen de esa ficción que ustedes les han construido,
y sentirán la necesidad de quebrarlo, quebrar a este mundo. Comprenderán que
ese progreso de la humanidad que ustedes tanto hablan, los condujo a la
catástrofe. Que su dios no es más que otro discurso de ofuscación. El mundo de
las maravillas que les han construido caerá estrepitosamente”.
-“Calla, desgraciado”. Gritó uno de los oficiales, mientras
activaba el cinturón de constricción.
-“Ese tiempo nunca llegará”. Afirmó el médico. Nuestro mundo
es ahora total. Lo controlamos todo, nadie escapa de nuestro dominio. La guerra
nuclear y sus consecuencias nos facilitaron la tarea al reducir
astronómicamente la población. El progreso tecnológico ha sido toda una
maravilla para nosotros. Las hambrunas, las enfermedades, la violencia. Todo
esto fue parte de nuestra estrategia política. Así logramos frenar el
crecimiento demográfico y esto nos permitió construir ciudades compactas, y con
ello hacer frente a la escasez de recursos. Nuestro mundo persiste, y por tanto
podemos seguir progresando. El problema son ustedes, y por eso los estamos
curando”.
-“Entonces han perdido. Su mundo no es total, pues aquí
estamos, con el beneplácito del papa y por mandato del gobierno global. Aquí
estamos, nosotros 5, todos cagados. Yo por las descargas eléctricas, y ustedes
porque yo aún pienso. Porque la existencia de una única persona que se resista
a permanecer obnubilado, ya quiebra con la totalidad de su mundo. Temen el contagio”.
Murmuró convaleciente.
-“Pero estás solo. ¿No lo ves? ¿Dónde están tus amigos y
amigas? ¿Dónde tus antepasados? ¿Dónde está la casa? ¡No existen!”. Gritó
desesperadamente el médico. “Ese despertar nunca llegará”.
Con las escasas fuerzas que tenía, sonrió y dijo:
- “No importa... Todo está por construir...”.
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